Ana, la de Ingleside

19/03/2017

    Ana, la de Ingleside se publicó por primera vez en 1939, dieciocho años después de que saliera el que, en orden cronológico, sería el último libro de la saga, Rilla, la de Ingleside.
    En España, Toromítico la editó en nuestro idioma en 2015. Esta edición consta de 344 páginas y cuesta 15 euros. Igual que los títulos anteriores, este también está ilustrado.

¿De qué va?:
 
   Tras realizar una visita a Avonlea, Ana vuelve a Ingleside, la que es ahora su casa. Han pasado seis años desde que ella y su marido dejaran atrás la Casa de sus Sueños y el joven matrimonio se ha transformado en toda una familia. 

   Los seis hijos de la pareja protagonizan ahora divertidas, escalofriantes y entrañables aventuras, siempre bajo la mirada atenta de una Ana más madura. 

   En este tomo, la edad de Ana va de los 34 a los 40 años.


¿Qué opino yo? (Con destripes de los libros anteriores):

    Cuando una saga literaria abarca tantos volúmenes como esta es normal que no mantenga el mismo nivel en todos ellos, y esta vez ha sido la primera que he notado el cansancio de Maud a la hora de alargar la historia de Anne. Dicho esto, aclaro que me ha gustado, pero menos que los anteriores. Tampoco le ha hecho ningún favor a este título que su predecesor fuera uno de los mejores, si no el mejor, de todos. Seguramente influye que fuera el último que Maud publicó sobre Anne, aunque sea el sexto, en orden cronológico, según el tiempo interno del relato. 

    Las tramas de Anne parecen casi agotadas, de manera que el protagonismo pasa a sus hijos, nada menos que media docena, aunque los más pequeños aún no pueden lucirse como deben. El papel de nuestra querida pelirroja en este libro es el de madre y esposa, quedando relegada a un segundo plano, aunque también hay capítulos donde vuelve a a ser ella quien más importa. Curiosamente, en uno o dos de esos capítulos es donde más he sentido el relleno innecesario, además de en otro protagonizado por Rebecca Dew y Susan Baker que no aporta nada. Sin embargo, la mayoría me han atrapado como lo hicieron las historias añejas de Avonlea. La faceta más terrenal de Anne se pone al descubierto, y eso resulta una novedad, ya que junto a la soñadora idealista que lleva dentro se muestra más que nunca una mujer con los miedos mundanos más lógicos. 


«Todo está en los ojos del que mira, o en su conciencia».


    En ese sentido, una de las tramas que más me han atrapado es la de cómo afecta el paso de los años a un matrimonio. Gilbert no es aquel jovencito que la llamaba zanahoria ni ella es la niña que le rompió la pizarra en la cabeza. Llevan muchísimo tiempo juntos, están envejeciendo y Anne empieza a sentir un distanciamiento incómodo. El dolor de Anne ante esos pensamientos, el de Gilbert en cierta ocasión en que está a punto de perderla, la duda que se aloja tenaz en nuestro corazoncito por determinadas actitudes de él, hacen esta lectura más enriquecedora. Todo esto aporta algo más al mundo de Anne que antes desconocíamos, y tenemos que seguir leyendo, porque ninguno de nosotros desea un final triste para personajes a los que ya queremos tanto.

     En las páginas de Ana, la de Ingleside hay mucha melancolía. Lo notamos nada más empezar, cuando Anne se reencuentra con Diana y ambas recorren aquellos paisajes de Avonlea en los que tanto soñaron y jugaron. Las dos contraponen su vida actual con la pasada y, aunque se deja notar la añoranza, los logros conseguidos las llevan a considerarse dichosas. Ellas no han optado por una profesión, pero han construido dos familias llenas de ternura, pequeñas alegrías y grandes valores.


«No existen los días normales. Todos los días tienen algo que los demás no tienen».


    Me ha llamado la atención que por primera vez en estos libros vemos a una persona realmente tóxica. Antes había personajes que se oponían a la protagonista, pero este, la tía de Gilbert, es diferente. Es una de esas falsas víctimas que roban la energía a los que la rodean con las críticas, las quejas y la negatividad continuas. Ya veis que esto no es nuevo, ha existido siempre, y ni siquiera la vivaracha Anne Shirley Blythe puede escapar de ello. La descripción que hace Maud de cómo esta mujer va afectando el ánimo de toda la familia es impecable. Creo que tuvo que conocer muy bien a gente así para dar en el clavo de esta manera. 

    Los hijos de Anne me han suscitado mucha ternura, salvo Rilla, que me cae un poco mal. Lo cierto es que apenas aparece, pero cuando empieza a cobrar más importancia, es la que menos me gusta de todos. Espero que eso cambie, ya que el último libro de la saga está dedicado a ella. 

    Anne y Gilbert tienen tres niños (Jem, Walter y Shirley) y tres niñas (las mellizas Nan y Di y Rilla). Walter y Nan son mis favoritos. 


«A mí siempre me dan pena los niños que no pasan algunos años en el país de las hadas».


    No tenemos que cometer el error de comparar sus hijos con la Anne que conocimos en Ana, la de Tejas Verdes, ya que, aunque tengan algunos rasgos en común, son distintos y a ella es muy difícil igualarla. No obstante, merecen la pena por sí mismos, pese a que, en ocasiones, sus caracteres se parezcan demasiado entre sí. 

    Walter y Nan son los que más me han tocado la fibra sensible. Ambos son ingenuos e inocentes y anteponen el bienestar de otros al suyo propio. A Walter lo envuelve el halo de una sensibilidad especial, mientras que Nan se cree todo lo que le dicen y eso le ocasiona más de un disgusto. 

    Nan y Di, a pesar de ser mellizas, no se parecen en nada, ni físicamente ni en cuanto a comportamiento. La primera es castaña con ojos marrones y la segunda, pelirroja con ojos verdes. Di protagoniza algunas vivencias inquietantes que nos hacen pasarlo realmente mal. También, si no recuerdo mal, podemos ver por primera vez cómo funciona la maldad en los niños. Di toma una mala decisión y tiene la mala suerte de caer en la guarida del lobo. Se junta con los Penny y la actitud de estos me dejó bastante atónita. Cada vez estoy más convencida de que Maud conocía muy bien el mal que anida en el alma humana y las desdichas de la vida y por eso eligió mostrar en sus protagonistas el lado más amable, enfrentándolos al lado más crudo. 


    Jem es el rebelde inconformista, pero no está exento de dulzura. Más bien resulta encantador ver cómo se ablanda y se refugia en su querida madre después de sus arrebatos. 

    Shirley y Rilla aún son muy pequeños para decir mucho de ellos. Lo que he visto en Rilla es una tendencia a la vanidad y miedo al qué dirán, pero son defectos que se pueden pulir y estoy deseando comprobar en qué tipo de mujer se convierte. 

    Sé que los primeros libros de la saga son los favoritos de muchos, pero cuanto más avanzo, más realistas me resultan las historias. Anne sufrió mucho en su infancia, pero una vez que llega a Tejas Verdes no suele vivir grandes dramas, salvo la muerte de dos seres queridos. Por lo demás, tiene más alegrías que tristezas. Ahora me da la impresión de que ambas caras de la realidad están más igualadas, y no sólo para los adultos, sino también para los niños. No quiero decir que esto sea mejor, pero sí que resulta más humano. De todas formas, como dije antes, la saga ha dado un pequeño bajón. Tengo la esperanza de que el próximo libro, escrito muchos años antes, sea igual de bueno que los anteriores. Con todo, los libros de Maud tienen mucha más calidad que buena parte de la literatura actual, así que os animo a no abandonar. 


Puntuación: 3'5 (sobre 5)
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