Los papeles póstumos del club Pickwick


     Los papeles póstumos del Club Pickwick es la primera novela de Charles Dickens. Inicialmente se publicó por entregas en inglés entre 1836 y 1837. Hoy por hoy se venden en español la edición de Mondadori (ilustrada, con 1040 páginas, por 29'00 euros) y la de Debolsillo (por 9'95, con 1008 páginas, pero más difícil de encontrar).

¿De qué va?: 

     Samuel Pickwick es el fundador del Club Pickwick, una asociación dedicada a investigar cualquier aspecto u objeto curioso que encuentre para que quede constancia en los anales de la historia. Para cumplir con su noble propósito, decide recorrer distintos puntos de la geografía británica en compañía de otros miembros del club, muy distintos entre sí.


¿Qué opino yo? (Sin destripes):
     
     La primera advertencia que tengo que hacer a quien quiera leer este libro por primera
vez es que tenga cuidado si va a hacerlo en un lugar público, puesto que corre el riesgo de que los transeúntes o viajeros que se hallen cerca lo miren con extrañeza cuando no pueda reprimir las carcajadas. No recuerdo haberme reído nunca tanto con un libro como con este; de hecho, uno de mis familiares me dijo, literalmente, que parecía que estaba leyendo Mortadelo y Filemón. Eso sí, esto no significa que toda la obra mantenga de manera constante el tono humorístico, pero cada vez que hay un golpe cómico, es imposible aguantar la risa.  
 
     Soy consciente de que quizás el título no sea muy atractivo y es muy probable que el grosor cause que algunos lectores sean reticentes a darle una oportunidad a esta novela, pero, por lo general, el texto resulta muy ameno y el estilo de Dickens es muy accesible. Sin necesidad de un lenguaje recargado y pedante, el autor sabe cómo introducirnos de lleno en las peripecias de los personajes que pueblan la obra, de manera que recorremos con ellos distintos lugares ingleses buscando los hallazgos más absurdos (aunque no lo sean para ellos, claro), topándonos con gentes de muy diversa condición, conociendo costumbres curiosas, etcétera.


     La ironía puebla gran parte del texto. Los propios personajes son de por sí caricaturescos, aunque se tomen muy en serio a sí mismos, y esto contribuye a potenciar el efecto cómico. Dickens se burla en alguna que otra ocasión de los protagonistas, aunque siempre con sutileza. Pongo como ejemplo este fragmento referido al propio Pickwick, a quien todos consideran un pozo de sabiduría, cuando se encuentra asomado a una ventana de un piso alto:


«El señor Pickwick cayó en un encantador y delicioso ensueño.
-¡Hola! -fue el sonido que le hizo volver en sí. Miró a la derecha y no vio a nadie; sus ojos se dirigieron a la izquierda y traspasaron la lontananza; observó el cielo, pero allí nadie le requería; y entonces hizo lo que habría hecho enseguida una mente vulgar: miró al jardín y vio allí al señor Wardle».


       No obstante, el humor no es insustancial. El autor utiliza esa ironía para criticar, veladamente, algunos aspectos de la sociedad de su época, como los sistemas parlamentario y jurídico, los trucos de la abogacía… A ello hay que sumar que hay episodios más serios, puesto que, como he comentado, la risa no es continua.


«Una multitud  no necesita saber a propósito de qué aclama».


     Pese a todo, para mí la historia decae cuando el tono cambia de manera radical hacia el final. La crítica deja de ser mordaz y cómica y los episodios serios dejan de ser esporádicos para ocupar un primer plano. Esto sucede antes de la página 800 de mi edición. Es entonces cuando Dickens se centra en contarnos las “bondades” del sistema penitenciario del momento. Nos arrastra al modo de vida de las cárceles de deudores y es aquí cuando, lo confieso, me he llegado a aburrir

     La estructura de la obra es peculiar. No sigue el habitual planteamiento de
introducción-nudo-desenlace, sino que se van sucediendo una serie de aventurillas que los personajes van teniendo a lo largo de su peregrinaje. A veces resultan algo deslavazadas, y en otras ocasiones, algunos personajes ya conocidos vuelven a aparecer u ocurre alguna anécdota relacionada con vivencias anteriores. Además, a lo largo de todo el libro, el autor va introduciendo relatos breves que nada tienen que ver con la narración principal. Son historias contadas por aquellos que los pickwickianos van encontrando en su camino. Como es de esperar, algunas son más interesantes que otras.


«Me tomé mucho trabajo pa educarle; le eché a correr por las calles cuando era muy pequeño, a que se arreglara por su cuenta. Es la única manera de que un chico se haga listo».


     Un aspecto muy importante que considero necesario tener en cuenta es el de las ilustraciones originales. Los papeles póstumos del club Pickwick está estrechamente unido a las ilustraciones que se publicaron conjuntamente con el texto, puesto que el editor de Dickens le obligó a escribir cada pasaje a partir de los dibujos que un dibujante le iría presentando regularmente. Dicho dibujante fue, en un primer momento, Robert Seymour. Sin embargo, nuestro escritor se cansó pronto de esta imposición y se negó a llevar a sus personajes al terreno marcado por Seymour. De este modo, Dickens pidió que fuera al contrario. Seymour no lo aceptó muy bien y, por este o por otro motivo que desconozco, acabó suicidándose. El sustituto escogido fue Hablot K. Browne, que se sometió a las peticiones del autor. 

     Mi edición, la de Debolsillo, no recoge esos dibujos. Es la primera vez que me arrepiento de comprarme un libro en bolsillo, pero admito que fue por puro desconocimiento. No sabía la relevancia que tenían las ilustraciones. Creo que merece la pena gastarse un poco más y comprar una edición que las incluya.

     Mi conclusión final es bastante buena. Me he divertido mucho con esta obra, quitando esa parte que se me ha hecho pesada.


Puntuación: 3'5 (sobre 5)
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