Emily, la de Luna Nueva

06/05/2013

     Tras escribir sobre Anne Shirley, Lucy Maud Montgomery dio vida a una nueva heroína, Emily Byrd Starr. Esta novela es la primera de una serie de tres. Las otras dos son Emily lejos de casa y Emily triunfa.  
     Emily, la de Luna Nueva se publicó por primera vez en Canadá en 1923. En España, Emecé la editó en el año 1997. Un tiempo después, los tres libros de la saga fueron descatalogados, de manera que sólo pueden conseguirse en bibliotecas. En 2014 Toromítico publicó una nueva edición de esta obra.
     Existe una serie canadiense que lleva a la pequeña pantalla la historia de Emily. Consta de cuatro temporadas y se rodó entre 1998 y 2000. Asimismo, en Japón se realizó en 2007 un anime basado en estas novelas, Kaze no shoujo Emily, de 27 episodios, que se encuentran subtitulados en español.

¿De qué va?: Emily crece feliz junto a su padre hasta la muerte de éste a causa de una enfermedad. En ese momento, la niña se ve obligada a mudarse con unos parientes de su también fallecida madre. La pequeña se encuentra de repente en medio de desconocidos en un mundo totalmente nuevo para ella. Es entonces cuando comienza a forjar una afición por la escritura, especialmente por la poesía, y conoce a sus amigos, Ilse, Teddy y Perry. Con ellos compartirá distintas inquietudes y se enfrentará a diversos problemas.


¿Qué opino yo? (Sin destripes):

        La saga de Emily se considera la mejor obra de Lucy Maud Montgomery después de la de Anne. Este primer libro empieza de una forma bastante triste, con una muerte y un entierro, pero esto es el desencadenante de los hechos que vendrán después. 

  No suceden muchos acontecimientos impactantes ni se desarrolla una intriga que cause  gran expectación. Se trata de la sencilla historia de una niña a la que vamos viendo crecer. Observamos sus meteduras de pata, la evolución de su carácter, la relación con unos familiares que parecen acogerla más por deber que por cariño, su ilusión por ser una escritora famosa…



«Yo creo que hay algo que quiere expresarse a través de ti, pero tendrás que convertirte a ti misma en un buen instrumento».

     
     Pero Emily es muy particular, a veces se muestra incluso extravagante. En ella parece haber un componente místico, ya que en ocasiones siente algo extraordinario a lo que ella misma da el nombre de “el destello”. Tal como se explica en la novela, existe una especie de cortina que no permite ver el mundo con total plenitud; cuando Emily se topa con algo que considera realmente hermoso, esa cortina se descorre dejándola deslumbrada, en una especie de éxtasis. A mi parecer, esto resta realismo, especialmente porque no es lo único raro de la protagonista. Durante una enfermedad en la que sufre una fiebre muy alta, Emily tiene una visión propia de alguien con poderes extrasensoriales y, gracias a ello, se descubre un importante hecho del que nadie tenía constancia.


        Al margen de esto, en ocasiones dan ganas de ver la vida a través de sus ojos. Ella puede apreciar lo más hermoso de cada cosa y considerarla individualmente, no sólo como parte de una colectividad. Así, un árbol no será sólo un árbol, sino que tendrá su nombre particular y su valor en sí mismo. 

     Emily es también bastante sincera. A veces comete travesuras propias de su edad (este libro comienza cuando tiene once años y termina cuando cumple trece), pero no puede quedarse tranquila hasta que lo confiesa y, seguidamente, trata de enmendar su error. Es muy consciente de su situación y, pese a su juventud, normalmente se muestra muy sensata. Además tiene un espíritu un tanto trágico y ante cualquier problema o situación desagradable, se plantea cómo plasmará en sus versos esos acontecimientos en cuanto pasen. A todo ello se suma el orgullo, que le viene de familia, y, al mismo tiempo, la humildad, ya que reconoce cuándo hace algo mal y es capaz de pedir disculpas.



«Puedo soportar que otras personas tengan una mala opinión de mí, pero me duele mucho tener una mala opinión de mí misma».

     
     Pero aunque la obra se centra en ella, su entorno no deja de tener importancia, y los conflictos que tienen que afrontar sus amigos y allegados también quedan expuestos. Gracias a eso, el lector termina encariñándose con algunos personajes y detestando a otros. En mi caso, me encantan el primo Jimmy, Perry y Teddy, y me resulta espeluznante Dean Priest, un hombre de treinta y seis años que conoce a Emily cuando tiene doce y comienza a pensar en casarse con ella cuando crezca. Debido a que tiene un hombro más alto que otro, lo llaman el Giboso, pero haciendo un mal juego de palabras y basándome en la sensación que a mí me ha producido, sería más adecuado apodarlo el Grimoso.



«Hoy he leído el cuento de Caperucita Roja. El lobo me pareció el personaje más interesante de todos. Caperucita era una estúpida por dejarse engañar tan fácilmente».

     
      El estilo de esta escritora es fresco y natural. El lenguaje, sin ser simple, es sencillo, haciendo que la historia resulte cercana y agradable de leer. Por ello y por el tono principalmente infantil que desprende, considero esta novela una lectura muy propicia para los niños, sin descartarla para los adultos, ya que es una obra que se puede disfrutar a cualquier edad y en la que, a través de la mirada aún inocente de los pequeños que cobran vida en el texto, se tratan temas existencialistas como la muerte, la vida más allá de ella, la presencia de Dios, el conflicto entre distintas religiones o la necesidad de cuidar el medio que nos rodea.

    La autora alterna el narrador en tercera persona con otro en primera persona que es la propia Emily. Donde ésta se hace más presente es en las cartas que, a modo de diario, escribe a su padre fallecido.

     Las descripciones no son extensas y están hechas con mucho cuidado para no resultar monótonas. Lucy Maud Montgomery tenía una habilidad especial para describir la naturaleza, exponiendo lo hermosa y mágica que puede ser en cualquier estación del año, con sol o con nieve, de manera que al terminar el libro es muy probable que muchos lectores tengan ganas de coger un avión y visitar la Isla del Príncipe Eduardo.

     Aunque apenas tiene acción, esta novela deja una grata sensación, y es que a pesar de los momentos malos que vive la protagonista, el optimismo está siempre presente. A ello ayuda la belleza de un entorno natural en el que probablemente cualquier niño crecería feliz, una zona acogedora y entrañable que incorporo a mi lista de lugares idílicos junto al pueblo de Mujercitas, el deTom Sawyer y mi sitio favorito (aunque sea ficticio), Ingary.

Puntuación: 3 (sobre 5)
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